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miércoles, mayo 17, 2006

Amor mío, no te vayas



Te vi venir hacía mí ¿ Por qué no te abracé? llevaba tanto tiempo preparándome para esos momentos y sin embargo me sentí ridículo, torpe y falto de ideas. No era capaz de articular palabra alguna. ¿Qué me está pasando?. Planee minuciosamente que debería decirte: lo mucho que te extrañé; cómo te eché de menos. Eran casi veinte años y parecía que sólo me hubiera ausentado unos minutos. ¡Estabas tan hermosa! ¿Por qué nadie puede ser como tú? Tu mirada, fue el principio de mi amor por ti, nadie me volvió a mirar así. ¿Cómo se hace para no amarte?, siempre tan sutil, vivías por delante de mi ¿Cómo puedo no adorarte? Llevo marcado tu sello a fuego dentro de mi. Todo lo aprendí a mirar con el color de tus ojos. Siempre tuve miedo de volver, ya que sabía que si lo hacía te buscaría y me enfrentaría a que no quisieras hablar conmigo, tenía miedo de la realidad del paso del tiempo. Siento envidia de quienes te pueden mirar a los ojos, de quien pueda pasar una noche a tu lado y despertarse abrazado a ti. Tengo un tremendo agujero en mi pecho, ganas de gritar, de llorar. Yo que podría escribir un tratado de la soledad, de la que todo el mundo habla, pero pocos la hemos vivido en profundidad, teniendo la seguridad de que nadie abrirá la puerta de tu habitación. De saber que a pesar de estar postrado, no esperas a nadie que te alcance un vaso de agua, o que te apoye la mano en la frente para aliviarte la fiebre. Aunque haya sido sin querer, soy consciente del daño que te cause con mi irresponsabilidad, pero te aseguro que lo pagué caro,... muy caro, y espero que en el infierno me lo descuenten. Cuando llega la hora de los fantasmas, estos no dejan de recordarme que tuve tu amor y lo desprecié. Te extraño mucho vida mía. Nosotros que ya no tendremos a Virginia, ni a Marcelo ya no podremos dormirnos abrazados; ya no envejeceremos juntos, nuestros sueños se nos han escurridos de entre los dedos. Hasta el sol parece menos brillante, desde que sabe que no estás junto a mi. Ya nada fue igual desde que nos conocimos, ni cuando nos separamos. Aprendí que el amor no tiene una dimensión, que es capaz de disculpar inclusive la falta del ser querido a nuestro lado, es el adiós sin ausencia, porque ese otro sigue enquistado dentro de uno. Mi vida comenzó un día de mayo, en la fiesta de fin de curso, en el mismo instante que te vi venir, Ana nos había emparejado para bailar, reconozco que no había reparado en ti, para mí eras una muchacha flaca, desgarbada como tantas otras compañeras de clase. En el momento que te rodeé la cintura, algo me golpeó brutalmente, más tarde supe por tus labios, que para ti también el tiempo se detuvo fugazmente, que el mundo dejó de girar, sabemos que fue sólo un instante, sólo los dos nos dimos cuenta de los fuegos de artificios que explotaron a nuestro alrededor. Todo me indicaba que algo importante me acababa de suceder, no hizo falta que transcurriera mucho más tiempo, para saber que pasabas a formar parte de mi vida de una manera indeleble. Nos quisimos de una manera total.. Nos dimos cuenta del dramatismo de que en el amor nadie puede remplazar al ser querido. ¿Porqué tengo que estar lejos de ti? Un día volví sin avisar, recorrí las calles del pueblo, la calle detrás de la iglesia; el parque, todos esos lugares que recorríamos juntos en el tiempo del amor posible, iba a esos lugares que me hablaban de ti. En cualquier momento me parecía que ibas a surgir de detrás de cualquier esquina. Grité tu nombre en un aullido interminable, pero no podías oírme, estabas lejos de mí Sólo necesitábamos nuestras miradas para comunicarnos, buscaba con ansiedad el calor de tu piel y me acurrucaba junto a ti, adormeciéndome envuelto en la luz de un sol reconocible. Nunca nadie me deseó tanto como tú, ni nunca desee a nadie como a ti. Me bastaba compartir el entorno. Yo que te juré mil veces que no podría vivir sin ti, me obligue a hacerlo. Me ofrecieron aquel contrato blindado en los Países Arabes y me dejé deslumbrar por el oropel. Te ofrecí irnos juntos, pero yo sabía que no podías abandonar a tu padre enfermo, postrado por una enfermedad maldita. Hoy que lo miro retrospectivamente me doy cuenta de lo brutal de mi insensatez. Me despediste con tus enormes ojos vidriosos, me pediste que no me fuera, que me necesitabas. Tus ojos denotaban que presentías algo tremendo. Yo tenía mil excusas, hablaba de que las oportunidades pasan una vez en la vida, ¿De cuál hablaba? Subí al avión cargado de sentimientos heroicos, de sacrificios por "nuestro futuro". Repetía una y otra vez que ya no hay distancias. No me había ido aún y ya planeaba mi regreso. Veía a la gente del pueblo con los ojos llenos de admiración escuchando mis mil anedoctas, me veía recorriendo el puerto con mi coche de lujo y sentía los murmullos comentando lo valiente y listo que era. Es tan sencillo perder el contacto. Cambié de dirección dos veces y ya no recibí más correspondencia tuya. Todo se complicó, los problemas laborales, no me fue fácil, estaba en otra cultura, lo que tendría que haber sido una autopista, se convirtió en un camino áspero y pedregoso. Ya en estos momentos me hubiera conformado con compartir el mismo espacio contigo, mis noches se llenaban de tu recuerdo, te veía en el desayuno, compartías mis reuniones de trabajo, mi almohada guardaba la forma de tu presencia. Reiteradamente me recreaba con tu mirada de paz obsenvandome interminablemente, con la suavidad de tus manos acariciándome tal cual joya preciosa. A pesar de que no me lo digas, hay destellos de tu mirada que nunca se los podrás dar a otro, fueron míos y seguirán siéndolo. Tengo muchas cosas tuyas que ya no podrás repartir, tengo el sabor de tus besos pegado a mis labios. ¿Estarás pensando en mí? Te extraño tanto. El pueblo a crecido, curiosamente recibía saludos, pero no despertaba ninguna emoción mi presencia , pregunté vagamente a mis amigos por ti, y no me supieron decir nada que no supiera, te sabía casada, pero ocultaba que deseaba verte una vez más. Una mañana no resistí más y decidí buscar tu apellido en la guía telefónica, tu madre ni siquiera reconoció mi voz, cambiada seguramente por mis largos años de exilio voluntario. A pesar de decirle que era compañero un de la Universidad, casi sin pedírselo me contó que estabas casada con un ingeniero, que había estudiado junto a ti y que tenían dos hijas hermosas. Me inundó la desazón . Dudé, pero al fin marqué tu número de teléfono que me dio, quería oír una vez más tu dulce voz: ¿Dígame?, y el vaso que tenía en la mano se estrelló violentamente contra el suelo, estiré el cuello, ya que debía tragar la maraña de nervios que me oprimían la garganta y no me dejaban articular palabra alguna, del fondo de mi ser escuché una voz muy débil que no reconocí como mía: - Soy Luis ¿ puedes hablar?-, El largo silencia me hacía percibir como revolvías en tu memoria, buscando, recorriendo todos estos años -¿Cuándo volviste?- ¿Por qué lo haz hecho?, veinte años son muchos, muchos años. Las preguntas y las repuestas se sucedían alocadamente sin orden alguno. Me contaste que te casaste con Francisco, el chico aquel de pecas que tenía fama de empollón, de tus hijas, de tus éxitos profesionales. Yo no atesoraba muchas felicidades, pero no quise ser más explícito, deseaba verte, saber que habían depositado todos estos años sobre nuestra piel, a pesar de insistirme que no procedía, apele a tu curiosidad y aceptaste reunirte conmigo en el bar aquel.... Por fin podía disfrutar con tu imagen real, siempre quise saber como te había modelado el paso del tiempo, comprendí a Ulises cuando lo tuvieron que atar al palo del barco para evitar el ir tras las bella sirenas. ¡Estabas tan hermosa! más aún que en mis recuerdos. Te acercaste y me ofreciste la mejilla, nos sentamos ante dos tazas de té con limón. Me observaba y te observaba. Apreté muy fuerte los ojos para guardar el instante como me enseñaste. Seguimos de la misma manera resumida y atropellada contando cómo habían sido estos años de ausencia física. Los míos fueron más sencillos-me respondiste recorría la playa esperándote y el horizonte cada vez se me antojaba más lejano, no quería ver a nadie, todo el mundo se empeñaba en presentarme muchachos "disponibles", animándome a salir con ellos, hasta que un día me corté el pelo al cero, me vestía como otro de ellos para no parecerle apetecible a ninguno, pero el tiempo fue pasando, endureciéndome, y me volví más realista. Yo mientras tanto, me retorcía en mi asiento como la ostra a la que le exprimen limón antes de que la devoren. Debería respirar, ya que hacía rato no lo hacía. Declaraste sentirte halagada de que te siguiera queriendo, es bonito que te quieran así, aunque estén lejos, (no hablabas en plural). A pesar de llegar en un momento de crisis en tu autoestima, de una manera casi brutal me aseguraste que ya no sentías nada por mi. Hoy que lo pienso, tus besos en esos momento fueron ásperos, pero como eran tuyos yo los creía, y me bañaban de ilusiones. Tus palabras no les ayudaban . Era consciente del rencor que me guardabas y buscabas la revancha al dolor que te había causado, Yo quería dártela, quería acabar lo antes posible con la deuda que había contraído, estaba tan dispuesto a dejarme humillar que ni siquiera te lo tomé en cuenta, podrías haberme pedido mil vejaciones más y las hubiera soportado. Eras todo lo que ambicionaba. Me parecía a ese árbol que espera al otoño que lo deshojara completamente. Creo que nunca sabrás de lo que hubiera sido capaz de hacer por ti. Yo te seguía adorando. Veinte años atrás hubiera dado parte de mi vida por seguir a tu lado, ahora te hubiera dado lo que me queda de ella por obtener una mirada de complicidad.
Me dijiste que tenías un compromiso y que te tenías que ir, me pediste que por favor no te llamara más, que ya no te interesaba nada de mi vida , que podía compromer la excelente salud de tu hogar.
En un gesto que revolvió aún más los recuerdos, me ofreciste la mejilla, te la besé muy suavemente y hubiera querido prolongar indefinidamente ese instante. Me escondiste la mirada, pero vislumbré un brillo húmedo, te diste la vuelta y comenzaste a alejarte con paso apresurado. Quise carraspear, tenía la garganta reseca, notaba un picor en mis ojos. Por segunda vez en mi vida la distancia se agrandaba inexorablemente entre nosotros. Me dispuse a esperar a que antes de perderte entre la multitud, sabía que volverías la cabeza y me saludarías con tu mano al viento, pero no... no te diste la vuelta. Cielo, ya no puedo presumir de conocerte , de saber de tus sentimientos. ¡Por favor! Amor mío, no te vayas, no me hagas esto, tengo tantas cosas que contarte, se me olvidó hablarte de esta enfermedad maldita que me corroe las entrañas y que no me permitirá finalizar este año.. ¡ven por favor! te necesito tanto. Una racha de viento helado me indicó que el invierno se acercaba a pasos agigantados, -¡Estos malditos retorcijones! - tengo que abrigarme, me esperan días muy fríos.

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