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sábado, abril 25, 2015

"Hoy no es un día CUALQUIERA ... hoy es un día de tu vida"

Esto es lo que ocurre cuando te reencuentras con el amor de tu vida, según El Hormiguero

Cinco mujeres se reencuentran con el amor de su vida, ya sea porque fue el primero o, como dice una de las participantes, porque "ha sido la persona que me ha marcado". Este era el punto de partida del vídeo que emitió El Hormiguero la noche del miércoles. "La idea se me ocurrió después de grabar el vídeo de los desconocidos que se miran a los ojos -explica Paola Calasaz, responsable de Dulcinea Estudios y autora del vídeo-. Pensé que sería genial repetir el experimento pero con personas que hicera tiempo que no se vieran".
En la primera parte del vídeo, ellas aparecen en pantalla y explican quién es él, lo que significó en su vida y cuál es su situación personal actual. Después abandonan el plató y aparecen ellos con una venda en los ojos. Las ganchos vuelven al plató, se ponen delante con otra venda en los ojos y a la vez se descubren. "En ese preciso instante les prohibimos hablar, tenían que mirarse a los ojos durante el tiempo que suena la canción Mil disculpas que el grupo A cámara lenta compuso para este proyecto", relata. Es este momento del vídeo el que recuerda a su anterior trabajo. "En este caso no les hemos inducido, no usamos técnicas como la otra vez".
Tras mirarse a los ojos durante minutos, la directora cuenta que las parejas se quedan en shock. "Durante el montaje decidí dejar muchos momentos de silencios o miradas porque les fue muy complicado hablar, reaccionar, decirse cosas", cuenta.
En el vídeo se ven lágrimas y, en ocasiones, sonrisas y abrazos. Hay parejas que hablan con cariño ("sólo quiero que no me olvides"), otras intentan poner distancia ("pasó lo que pasó, no ha podido ser"). Dos de ellas acaban a besos y en un caso se oye una retahíla de "te quiero", a lo que ella contesta: "Que no lo saben", refiriéndose al equipo que está grabando el vídeo. "Ah sí, se me había olvidado -dice él-. Son cosas que pueden pasar... Estoy casado".
Esta pareja llevaba 13 años sin verse. Él está casado, sí, pero en pleno proceso de separación. Tras la grabación han vuelto a estar juntos, explica Calasaz. Otras dos parejas también se siguen viendo después de participar en este experimento.
Para conseguir a sus conejillos de indias, Calasaz puso un anuncio en su perfil de Facebook en el que se pedía la colaboración de gente que quisiera reencontrarse con el gran amor de su vida, "que no siempre es el primero", aclara la directora. "Nos escribió una mayoría de mujeres", explica. Ellas eran las que les daban el contacto de su expareja o las pistas para poder localizarle. En otros casos, eran terceras personas, amigas que querían que sus amigas volvieran a ver sus antiguos novios.
Hasta que consiguieron reunir a las parejas pasaron meses. "No solo nos costó encontrarles; una vez que dábamos con ellos, les decíamos que se iba a emitir en televisión y se negaban".
En ningún momento les dijeron que iban a volver a ver a sus exnovias, solo les especificaban que era una persona de su pasado. Esta es otra de las razones por las que el proyecto se alargó en el tiempo, muchos se negaron pensando que se iban a reecontrar con antiguas parejas porque, según explica la directora, habían rehecho su vida.

domingo, abril 19, 2015

Cuando eres la otra...

Conocí a Sam en 1981 cuando yo tenía 39 años y estaba atravesando por un terrible divorcio. Mi marido me había abandonado a mí y a nuestra hija de 14 meses y ni siquiera quería pasarnos la pensión básica.
Necesitaba un buen abogado. Dos fiscales de renombre que conocía me dieron el mismo nombre y una frase profética: "Estáis hechos el uno para el otro".
Sam fue el salvador perfecto. Yo no dejaba de preguntarle: "¿Cómo lo voy a conseguir? ¿Irá todo bien?". Él me aseguró que se ocuparía de todo, y así lo hizo.
Entonces empecé a sentir algo por él.
Sabía que era inalcanzable: un hombre casado con una mujer guapa e hijos mayores. Pero yo estaba sola y asustada; no había experimentado una pérdida así desde que mi madre murió cuando yo tenía 10 años. Al final, mi corazón pudo más que mi cabeza.
Le convencí para que viniera a mi piso diciéndole: "¿Cómo puedes hacer un alegato sobre lo que me cuesta vivir y mantener a mi hija sin ver nuestra casa?".
¿Un argumento débil? Sin duda. Pero él me lo compró. Cuando estaba en mi habitación, me acerqué a él y empecé a desabrocharle los pantalones. "Oh, no, eso no. Cualquier cosa menos eso", dijo con una voz suave pero seria.
Empezamos a comer en mi piso, cuando mi hija y su niñera salían para hacer alguna actividad. A veces, él se cogía la tarde libre e íbamos a Coney Island. Después de llevar dos años viéndonos, me regaló un anillo de oro esmaltado hecho a mano con la palabra "Siempre" inscrita en el interior.
Su mujer empezó a sospechar que él tenía un affair y le pidió explicaciones. Resulta que por aquella época tuvimos una pequeña crisis, así que él le dijo con sinceridad que la historia había terminado. Ella nunca volvió a preguntarle y él nunca actualizó su respuesta.
Lo que se siente al ser la otra mujer.
Mis amigos Arthur y Lynne, que están casados, me criticaban por hacer el papel de La Otra. Pero ese papel era el que mejor sabía interpretar.
Mi padre se volvió a casar cuando yo tenía 15, cinco años después de que muriera mi madre. A su nueva mujer no le gusté desde el principio, y se quejaba de que mi padre me quisiese a mí más que a ella. Papá pensó que si me iba un tiempo de casa, ella se tranquilizaría y cambiaría de opinión. Así que en mi último año de instituto, cuando los demás niños se iban a casa, yo me iba a un hotel.
Algunas noches, él se quedaba en el hotel conmigo; otras veces, dormía en casa con su mujer y mi hermano mayor. Nunca volví con mi familia.
Mi historia con Sam era una oportunidad para revivir mi infancia e intentar que las cosas salieran de otra forma.
Yo era una publicista de éxito, pero con el estrés del divorcio y de criar sola a mi hija me costaba mucho dedicar el tiempo y la energía que mi trabajo exigía. Cuando dejé de trabajar, Sam se aseguró de mantenernos a mi hija y a mí económicamente. Una vez me dijo que nunca permitiría que nos ahogáramos.
Para él, la familia era esencial y como en 1987 sus hijas se casaron y formaron una familia por su cuenta, sus obligaciones familiares aumentaron. Cada vez se interponían más cosas entre nosotros. Y cada vez él tenía menos tiempo para mí.
En 1994 ya llevábamos 13 años juntos. Entre semana, Sam seguía sacando tiempo para verme todos los días. Quedábamos después del trabajo, cenábamos y luego volvíamos a mi piso. Mi hija ya era adolescente, así que él sólo venía las noches que ella pasaba con sus amigos.
Sólo con verle se me cortaba la respiración. Nunca había sentido esa pasión o química o esa profunda conexión con nadie. Al mismo tiempo, sabía que para ambos, el tiempo que pasábamos juntos suponía una vía de escape. No tenía que lavarle la ropa ni aguantar sus ronquidos. Él no tenía que soportar que mi gato se le durmiera encima o que soltara pelo naranja en sus trajes ingleses.
Como un niño quiere a un padre
La psicóloga me dijo que no me diera tanta prisa en confiar en mis sentimientos. Me dijo que sólo porque sintiera algo profundo no quería decir que fuera bueno para mí. Pero le quería tanto. Le quería sin poder evitarlo, como un niño a sus padres.
Según el cliché, él sería el sustituto de mi padre. Pero el cliché se equivocaba. Le quería como había querido a mi madre. Él me daba seguridad y se preocupaba por mí de una forma que no había sentido desde la muerte de mi madre.
Una tarde de 2009, sentados en nuestra mesa del fondo del Regency, le pregunté qué ocurriría si él muriese de forma repentina. Quería oír lo importante que era para él. Pero, en vez de eso, me dijo: "Haré por ti todo lo posible mientras viva. Y no quiero que volvamos hablar del tema nunca más".
Lo sentí como un puñetazo. Pero más que dolida, me sentí estúpida. ¿Por qué no me había esforzado más por cuidar de mí misma todos esos años? ¿Por qué no había cogido algún trabajo para no tener que depender tanto de él? En cualquier caso, no le dejé.
Al final, sucedió en otra comida fatídica en el Regency. Mientras volvía a escuchar sus problemas y limitaciones (no podíamos pasar la noche juntos, ni cenar en Le Cirque porque había estado allí con su familia), se me encendió la bombilla.
El hueco abierto en mi corazón no lo podría rellenar nadie. Sólo yo. Tenía que quererme más de lo que quería a los demás. Él incluido. Por fin lo entendía.
Salimos del hotel por la Cuarta Avenida y, sin mediar palabra, me di la vuelta y me fui.
http://huff.to/1FYjp6e

viernes, abril 17, 2015

Despertar en París no estaría nada mal

No me hubiera importado escribirle esta carta al maestro


He necesitado unos días para poder escribirte. No quería hacerme a la idea de que esa llamada se produciría, aunque la ausencia de noticias tuyas me hacía pensar que no tardaría en llegar. Pero no quería asimilarlo. Tú no podías irte. Tú no. Fue hace algo más de dos años cuando me contaste que había vuelto "el dragón de la maldad", vulgarmente llamado cáncer, y que comenzabas de nuevo la guerra, la maldita guerra.
"Hay fuegos que arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear; y quien se acerca, se enciende", decías. Eso es precisamente lo que me ocurrió al conocerte. Recuerdo perfectamente aquel día en que la vida nos encontró. Fue un memorable 23 de abril, el día del libro, hace ya siete años. Paseaba por las calles de Barcelona cuando la casualidad o el destino o quién sabe qué nos hizo coincidir. Charlamos apenas unos minutos, los suficientes como para atreverme a decirte -fruto de la inocencia de una veinteañera que tiene frente a ella a su admirado escritor- que me iba a vivir a Buenos Aires. Y tú... tú, sin ningún tipo de convencionalismo, me anotaste una dirección en un papelito y me dijiste: "escribíme acá y cuando llegués, venís a verme".
El café Bacacay de Montevideo, uno de tus imprescindibles junto al Brasileiro, fue el punto de encuentro. Ese día pasó a ser uno de los más hermosos. Las horas parecían quedar reducidas a minutos y el mundo, mi mundo, quedó detenido por un ratito. Recuerdo también que en una servilleta me dibujaste el Uruguay y pintaste los lugares que no podía dejar de visitar. Así lo hice. Aunque culpa de mi despiste perdí aquella servilleta. Quizá aún sigue vagando por alguna calle y sirvió de guía a alguien que paseaba por allí.
A partir de entonces intercambiamos mails. Nunca te gustaron los celulares, de hecho eras de las pocas personas que vivía sin uno de ellos. Cada vez que venías a Madrid o yo viajaba allá, por muy apretada que fuese tu agenda, sacabas un huequito para verme. Y eso me hacía sentir la persona más afortunada. Me regalaste algo tan bello como tu amistad. Yo te contaba mis alocadas historias, y tú compartías conmigo tu inabarcable sabiduría. Intentaba retener cada una de tus palabras en mi cabeza, grabarlas con tinta permanente para que nunca se fueran. Eran luz.
Siempre te acompañaba alguna de tus libretas, tus chiquitas y minúsculas libretas. En ellas anotabas cada una de las ideas que te visitaban (para que no se escaparan, bromeabas). Conservo todas las que me regalaste. Me dijiste que las llenara de mis pensamientos más profundos. Los tuyos dieron forma a más de una decena de libros que ahora nos hacen sentir menos solos. Fuiste el maestro del microrrelato, de la poética de lo humano. Textos breves, pequeños, concienzudamente elegidos y estrictamente pulidos, que contarían las grandes historias. Enemigo de la inflación literaria, insistías en que las únicas palabras que merecían existir eran las que fuesen mejor que el silencio.
Admiraba enormemente tu humildad -propia de las buenas personas- y esa capacidad tuya de querer, lo hacías a corazón abierto. Tierno, cariñoso y profundamente generoso. "La vida es darse. Darse, no hay alegría más grande", repetías. Cuánta razón. Amabas a Helena con tanta entrega que escucharte hablar de ella me hacía creer en las pasiones humanas como el mejor estandarte de supervivencia. Ella era tu fiel compañera, editora de tus relatos, con quien los corregías hasta rozar la perfección más exquisita. Lo mejor era cuando los leías en alto, con tu voz profunda, cautivante, inconfundible. Nos hacías viajar y alcanzar el jamás proclamado derecho de soñar.
Eduardo, querido Eduardo, quiero contarte que el mundo entero ha llorado tu muerte. Huérfanos de quien tantas conciencias despertó. La voz del compromiso, de los de abajo, de los exiliados, de América Latina y de los que en ella como tú creyeron. Al menos nos queda el consuelo de que tu memoria está conquistando otro lugar. "Muchas veces me pregunto cuán triste ha de ser morir y no ver el atardecer: cuando el sol se va y se echa a dormir en esa hamaca que es el horizonte, en la hora más bella del día", confesaste una vez. Te imagino ahora contemplando uno de ellos, volando alto. Cumpliré la promesa que te hice. Eternamente agradecida por haberme dejado crecer a tu lado. Hasta siempre maestro, mi maestro. Hoy el mundo es un poco peor.

jueves, abril 16, 2015

El amor por encima de todo

Las 25 cartas de la artista mexicana, subastadas en Nueva York, ponen al descubierto su pasión secreta, pero también su declive físico y las claves profundas de su obra
El amor de Frida Kahlo, plasmado en 25 cartas manuscritas dirigidas a su amante español Josep Bartolí, fue vendido por la casa de subastas Doyle de Nueva York al precio de 137.000 dólares. El comprador, un supuesto coleccionista de arte que permanece en el anonimato, tendrá en sus manos un legado cuyo valor queda fuera de las cuentas corrientes. A lo largo de las 100 páginas que componen este archivo inédito desfila sin tapujos la pasión profunda y casi adolescente que la artista mexicana, un icono transgresor y feminista, sintió por Bartolí, un republicano que, saltando de un tren, había logrado escapar de las garras de la Gestapo y de un destino incierto en el campo de concentración de Dachau. El fugitivo, tras un largo periplo por África y México recaló en Nueva York, donde se abrió paso como pintor y dibujante. Allí, en un hospital de la metrópolis estadounidense, conoció, de la mano de Cristina, la hermana menor de Kahlo, a la inagotable pintora mexicana. Era junio de 1946.
La vida de Frida Kahlo, de 39 años, discurría cuesta arriba. De niña había sufrido una poliomielitis, que le dejó una pierna derecha más delgada que la izquierda. Y a los 18 años, un accidente en autobús deshizo la salud que le quedaba: el golpe quebró su columna y un hierro le atravesó la vagina. En estas condiciones, Kahlo había acudido al centro médico neoyorquino para unas de sus habituales operaciones (sufrió 32 a los largo de su vida). En ese espacio de dolor, surgió el idilio. Kahlo, en aquel momento casada por segunda vez con el muralista mexicano Diego Rivera, no le puso límites.
"Te escribiré horas y horas, aprenderé historias para contarte, inventaré nuevas palabras para decirte en todas: te quiero como a nadie". Las cartas las firmaba como Mara (posible diminutivo del apelativo cariñoso Maravillosa) y las enviaba a la casa de Brooklyn de Bertram Wolfe, biógrafo de Rivera y cuya esposa era su confidente y amiga. Como medida de seguridad, Kahlo le pidió a su amado que firmase como Sonja. La estratagema iba destinada a evitar los celos de su marido, sólo tolerante con las aventuras lésbicas de Frida.
La lectura de las misivas permite poner el ojo en la cerradura y ver en primera fila el volcán sentimental al que se lanzaron los amantes. La propia Kahlo admite que siente por Bartolí algo que jamás ha experimentado. Hay pasión ("¿de qué color quieres que me hagan una enagua para cuándo tú regreses?"), pero también la soledad que caracterizó a la pintora y que, por obra del amor, se tornó en espera: "Como no puedo ir a todos los lugares que tú vas, yo te espero a diario en el sillón o en la cama. Guárdame siempre en tu corazón, que yo no te olvido nunca". En una página, incluso llega a soñar, tras un retraso en el periodo, en un posible embarazo ("¿podrías imaginarte un pequeño Bartolí o una Marita"). Todo ello combinado con ataques de realismo que la hacen reírse de sí misma: "Ya mi otra carta será menos idiota, te lo prometo".
Ya mi otra carta será menos idiota, te lo prometo
Junto a los meandros de la pasión, las cartas ofrecen nuevas claves sobre su trabajo artístico. Kahlo gestó un mundo de gran complejidad. Sus cuadros forman un espejo de su atormentada existencia, de su lucha constante contra el dolor, de la superación de los prejuicios. Pero en ellos, la artista también abre las puertas al crisol cultural mexicano. En esta urdidumbre participa ella casi constantemente, con el ejercicio del autorretrato y también el cultivo de una imagen, cambiante y transgresora, que aún genera una atracción universal. Entre sus obras punteras figura el doble autorretrato Árbol de la esperanza, un compendio de sus demonios personales pintado durante el romance con Bartolí. Un periodo donde el dolor apenas la dejaba trabajar. "Me acordé de tus últimas palabras y empecé a pintar. Trabajé toda la mañana y después de comer hasta que no hubo más luz. Pero luego me sentí extenuada y todo me dolía (...) Por ti he vuelto a pintar, a vivir, a ser feliz. Eres mi árbol de la esperanza".
Las cartas fueron escritas a escondidas de Diego Rivera. Su presencia, aparece una y otra vez en los textos como una sombra oscura, opresiva. En ese ambiente de soledad, el declive físico de la artista avanza. En enero de 1949 le cuenta que la depresión le empuja a beber. La angustia la cerca. “No te olvides de mí. No me dejes sola”. Bartolí ha dejado de escribirla. Ella lo sigue intentando. “Pinto poco, apenas tengo fuerzas para vivir”. En la última misiva, escrita desde la cama, Frida Kahlo, enferma, lanza una desesperada llamada: “Aún soy tu Mara, tu compañera. Tu amor es mi árbol de la esperanza. Te esperaré siempre. ¿Volverás?”
Las respuestas del republicano español no han sido halladas. Posiblemente, la pintora las destruyera. Pero las 25 cartas de ella fueron guardadas amorosamente por Bartolí dentro de sus sobres, junto con los pequeños objetos y fotos que jalonaron tres años de relación (1946-1949). La causa del fin se desconoce. La distancia y el deterioro de la salud de Kahlo, seguramente jugaron su baza. La artista, con una pierna amputada e incontables intentos de suicidio, murió el 13 de julio de 1954.
El exiliado, con extraña fidelidad, nunca hizo exhibición de este amor. Calló incluso cuando algunos biógrafos consideraron que era tan solo uno más en el florido árbol de relaciones de la pintora. Muerto en 1995, su secreto pasó, en perfecto estado, a sus familiares. Ahora, ese vínculo entre dos seres que ya solo viven en el pasado ha quedado en manos anónimas.

miércoles, abril 01, 2015

¿Porqué seguimos sin cambiar?

La mayoría decimos que queremos más: que queremos romper con lo que tenemos, queremos poder viajar, queremos poder hacer lo que nuestro corazón desea.
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Pero no lo hacemos.
A veces es por una relación tóxica en nuestra vida: la que mantenemos con nosotros mismos. Nos machacamos, nos insultamos, nos obsesionamos con nuestras debilidades, cuestionamos que merezcamos ser queridos o ser felices. Nos hablamos a nosotros mismos como si fuéramos nuestro peor enemigo, llenando nuestra mente de dudas, cinismo, opresión e inseguridad.
Somos nosotros mismos quienes nos hacemos sentir descontentos y frustrados con nuestra vida en general.
Nos cortamos nuestras propias alas.
A veces es porque hemos firmado contratos personales que nos atan a nuestra situación actual. Hijos, padres mayores a quienes cuidar – gente que depende de nosotros económica y efectivamente y que no podemos olvidar.
Lo que decimos siempre es:
"Yo quiero seguir mi pasión, quiero cambiar, quiero poder ver mundo, quiero hacer cosas nuevas, diferentes... pero no puedo. ¿Cómo lo hago?"
Hace poco escuché la historia de una mujer en la posguerra, que se casó con 18 años y en seguida empezó a tener hijos. Con 28 años tenía 4 hijos – el mayor, 9 años, el pequeño, meses… y en ese momento su marido la abandonó y no volvió a aparecer jamás.
Y con una situación tan desalentadora, en ese momento, ese día, decidió algo: decidió que su vida no iba a ser siempre así. Que pasaría por mucha pena, muchos sacrificios para salir adelante, pero que un día cumpliría su sueño de ver mundo.
Cogió un bote de la cocina, metió una moneda y lo guardó en el fondo de un armario. Y metió una moneda cada día hasta que el menor de sus hijos se pudo ir de casa y ganarse la vida. En ese momento, sacó todos esos botes, los llevó a un banco y con el dinero que había juntado a lo largo de los años, se compró un billete para viajar tan lejos como el dinero le dio, como se había prometido a sí misma aquél día en el que su mundo se vino abajo.
Tal vez no puedas comenzar hoy tu viaje.
Tal vez tienes que mejorar la relación contigo mismo – empezar a ser tu mejor amigo. Tal vez debes parar y darte cuenta de todo lo que haces bien, de lo que te esfuerzas, de las veces que ayudas a los demás, de las veces que plantas cara para defender aquello en lo que crees.
O posiblemente tienes obligaciones y contratos que te tienen atado.
Hoy no voy a decirte lo que tienes que hacer (pero no te acostumbres, que una es mandona ;D ), cómo cambiar lo que en este momento sientes que te frena.
Pero sí puedes levantar tu mirada hacia el futuro y planificar cómo y cuándo van a ocurrir tus sueños. Puedes soñar y decidir una fecha. Puedes pensar qué ir haciendo hasta que ese momento llegue, para irte preparando.
No sé si quieres viajar, cambiar de trabajo – o dejarlo todo y dedicarte a cantar.
Pero lo que sí sé que es que hemos nacido para avanzar, para movernos hacia adelante. Estamos diseñados para crecer, para retarnos, para lograr.
Por eso el día que te levantas y te das cuenta que estás igual de lejos de tus sueños que hace cinco años, ¿es de extrañar que te de un ataque de ansiedad, que entres en crisis, que te deprimas?
Si en este momento te preguntas: ¿estoy más cerca de la vida que deseo que hace un año? ¿siento que me estoy moviendo hacia adelante? y la respuesta es NO, déjame que te haga una pregunta… y tú decides qué hacer con la respuesta:
Para avanzar en mi vida, lo primero que tengo que hacer es…
(Copiado de una web, que no recuerdo)